El grillo violinista

grillo-violinistaPor: Pr. Salvador Dellutri*

Un cuento de Navidad que Salvador Dellutri escribió para Felipe, su nieto mayor.

Había una vez… si, ya sé que todos los cuentos comienzan así, pero este sucedió hace tanto, tanto tiempo que no hay otra forma de empezar a contarlo. No sé si es o no es verdad, pero tal como me lo contaron te lo voy a contar.

Una noche de verano el molesto cri-cri de un grillo no me dejaba dormir. Daba vueltas y vueltas en la cama. De pronto el grillo se callaba, pero cuando estaba por comenzar a soñar volvía con su molesto cri-cri hasta que decidí levantarme. Era un poco más de la medianoche, salí al jardín y me senté en el banco de madera a contemplar la luna. Era una luna redonda, brillante y a su alrededor se desparramaba un manto de estrellas. Todo estaba en silencio… hasta que el molesto cri-cri volvió a taladrarme los oídos.

Me levanté furioso, tome una pantufla buscando al fastidioso visitante para terminar de una vez con su irritante música. Lo descubrí junto a un árbol y cuando levanté la pantufla para acallarlo sorpresivamente me dijo:

  • ¿Qué estás haciendo? Eres más necio que Jabín…

Quedé mudo, no podía creer que el grillo me hablara, pero reaccioné con rapidez y le pregunté:

  • ¿Quién es Jabín?−

−    Un burro – me contestó

  • ¡Me estás comparando con un burro!

−  Si. Pero con un burro ilustre…

  • ¿Cómo es eso?

− Si guardas la pantufla, te calmas y te sientas en el banco puedo contarte la interesante historia del burro Jabín y Samuel el grillo, un tataratataratatara abuelo mío que pasó a la historia.

− ¿Un grillo que está en la historia? ¡No puede ser! Conozco algo de historia y no recuerdo a ningún grillo tan importante como para estar en un libro de historia.

−  No está en la historia de los hombres, pero si en los libros de historia de los grillos. ¿Quieres que te los traiga?

−  No hace falta, solo cuéntame quién era ese burro ilustre con el que me comparaste.

El grillo se acomodó en el respaldo del banco y  comenzó a relatarme la historia de Samuel, el grillo más famoso de toda la historia… de los grillos, por supuesto.

Samuel era un grillo violinista. Bueno, todos los grillos tocan el violín, pero como no hay escuela de violinistas para grillos solo sacan un chirrido repetido, el famoso cri-cri. Samuel se destacaba porque era un artista y practicó mucho hasta sacar de su violín una melodía suave como una canción de cuna. Eran tan dulce que cuando comenzaba a tocar los demás grillos callaban porque acariciaba los oídos y llenaba de paz el corazón.

Como todos saben los grillos hacen largos túneles en la tierra donde duermen durante todo el día y por las noches salen para tocar su violín  a la luz de la luna. Samuel vivía en un pequeño pueblito y su melodía se había hecho tan famosa que cuando tocaba la gente se paraba a escuchar pero nadie pudo descubrir nunca donde vivía.

Un día el pueblo se alborotó. Llegó mucha gente extraña que venía desde muy lejos y con ellos vino el burrito Jabín que era bueno y servicial, pero muy malhumorado. Había hecho un largo viaje trayendo a dos forasteros: un carpintero llamado José y una jovencita muy hermosa llamada María. Como María estaba esperando un bebé hizo todo el viaje sobre el lomo de Jabín que puso mucho cuidado en no tropezar con ninguna piedra ni resbalar en ninguna zanja. Tan cuidadoso era que se retrasó y al llegar todas las casas estaban ocupadas. José y María tuvieron que acomodarse en el mismo lugar en que descansaba Jabín: el pesebre.

Esa noche fue muy especial. Jabín, adormecido por el cansancio, se despertó cuando oyó el llanto de un bebé y vio como María tomó a su hijito, le puso los pañales y lo acostó sobre las pajas de un pesebre. En las casas todos dormían. María comenzó a cantar una canción muy dulce para que el bebé se durmiera y Jabín, que escuchaba en silencio, también comenzó a dormirse.

Había comenzado a soñar con el paraíso de los burros cuando un sonido lejano lo despertó. Sus largas orejas se levantaron como antenas y alcanzó a escuchar a los lejos una voz muy fuerte pero no entendió lo que decía. José y María no tenían orejas como Jabín y no se enteraron de nada, pero el burrito podía oír confusamente a una voz que hablaba. Se quedó muy quieto con las orejas paradas y escuchó un gran coro que decía algo de Dios y de la alegría.

Luego se hizo el silencio y Jabín comenzó nuevamente a soñar… pero al rato los despertó la llegada al pesebre un grupo bullicioso de pastores con una manada de ovejas. Venían buscando al niño que había nacido, lo miraban con admiración y conversaban animadamente con José y María hasta que el niño se despertó y comenzó a llorar.

Los pastores trataron de bajar la voz pero las ovejas balaban y el niño seguía llorando. María trató de acunarlo pero fue en vano y un coro de grillos se unió con su irritante cri-cri al bullicio general.

Jabín se puso de malhumor, le hubiera gustado repartir un par de coces y echar a los pastores y las ovejas pero lo que más lo irritaba era el canto de los grillos. Enojado miró a su alrededor y vio que en la puerta de una cueva un grillo se preparaba para tocar su violín. Se acercó sigilosamente, levantó su pata delantera, tomó puntería y cuando estaba por bajarla para aplastarlo comenzó a sonar el violín. Era Samuel que, con su música melodiosa hizo que los pastores se callaran, los grillos guardaran avergonzados sus violines, las ovejas dejaran de balar y el niño se durmiera. Jabín quedó en suspenso, con su pata delantera levantada lista para aplastar a Samuel, pero algo le impedía hacerlo. Era esa música maravillosa, llena de paz que inundaba el pesebre.

Entonces María acomodó al niño en las pajas y José mirando a Jabín, que todavía estaba en posición de ataque, le dijo:

− Jabín, no lo hagas. Deja que Samuel siga tocando. Cada uno tiene un don dado por Dios y debe usarlo para el bien de los demás. A pesar de lo que dicen de los burros te dio a ti la sabiduría de traer a este lugar a María suavemente, para que no sufriera ni ella ni el niño. Y Samuel es chiquito, casi insignificante, pero pudo tranquilizar a Jesús y hacerlo dormir.

− ¿Jesús? – dijo Jabín – ¿el niño se llama Jesús?

− Si. Se llama Jesús… y él recibirá a todos, a los que son grandes como vos y a los más chiquititos. Para él grandes y pequeños, todos, todos son útiles y necesarios cuando tratan de hacer el bien.

El grillo terminó su historia. La luna  se iba apagando porque comenzaba a salir el sol.

− Hasta mañana – me dijo al despedirse – y recuerda siempre que todos tenemos una misión que cumplir y hasta mi melodía desafinada fue útil esta noche.

− ¡No me dejó dormir! – Protesté.

− Pero permitió que conocieras la historia del grillo Samuel y aprendieras que todos somos importantes para Jesús.

 

*Salvador Dellutri: Pastor, Profesor, Periodista, Conferencista y Escritor de libros como: “El mundo al que predicamos”, “En Primera Persona”, “Las Estaciones de la alegría”, “Hay que matar a Jesús”, “El desafío posmoderno”, “La Fe y el sentido de la vida”, “Ética y Política”, entre otros. Produce dos programas de Radio Trans Mundial, “Tierra Firme” y “Los Grandes Temas”.

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