La Familia Ingalls fue una serie de televisión estadounidense que hizo furor hace tres décadas en América Latina. Era una familia de pioneros luchadores que encarnaban una familia ideal, arquetípica, pero totalmente inalcanzable. Tenía el singular encanto de mostrar un modelo frente al cual los televidentes pensaban “así quisiéramos ser”.
En la actualidad, el lugar de los Ingalls ha sido ocupado por Los Simpson, una familia disfuncional, por momentos caótica, con un padre irresponsable que reacciona violentamente cuando su hijo Bart, al que califica permanentemente de “pequeño demonio”, hace alguna de sus travesuras. Reconocemos que la sátira creada por Matt Groening se acerca más a la realidad que Los Ingalls.
Los Simpson son una radiografía caricaturesca de una familia posmoderna que guarda algunas características de la herencia recibida, pero que ha sucumbido a los embates del relativismo y la desacralización que caracteriza nuestra realidad. Como en los espejos de los parques de diversiones el televidente se divierte viendo su imagen deformada y piensa “así somos”.
Las embestidas de los nuevos enfoques de la realidad le han hecho desechar los arquetipos y los ideales para resignarse a aceptar su realidad, por dura que sea, sin intentar cambiarla.
Familia y posmodernidad
La familia no es un ente aislado que pueda examinarse como una muestra de laboratorio; siempre está inmersa en una determinada cultura y se ve forzada a establecer un diálogo permanente con los usos y costumbres de la sociedad en la que vive. Por lo tanto no puede analizarse sino en relación con la realidad que la rodea.
En este tiempo, le toca interactuar con la sociedad posmoderna que se caracteriza por un marcado desencanto, siente que los proyectos modernos han fracasado y potencia su frustración atacando los fundamentos, ideas y creencias en las que se sustenta el andamiaje social. La familia se ve afectada por cambios tan vertiginosos que no se pueden asimilar fácilmente. Se calcula que en los últimos veinte años el mundo ha sufrido más cambios que en los cien años anteriores y esos cambios no son secundarios, afectan a temas esenciales porque intentan socavar, y, de ser posible, destruir, todos los principios éticos y religiosos sobre los que se edificó la sociedad occidental, para instaurar en su lugar un relativismo absoluto. Esto ha producido una tremenda desorientación ética que perturbó particularmente a la familia que ya no sabe cuáles son los parámetros en que debe moverse en la presente situación.
El salto tecnológico ha sido de tal magnitud que abrió un abismo generacional. Nuestros hijos nos miran de la misma manera en que nuestra generación miraba a sus abuelos y esto desorientó a los padres que dudan cuando tienen que establecer límites porque temen estar desactualizados si exigen disciplina o practican el castigo. El educador argentino Jaime Barilko solía decir que en muchos casos prefieren pedir consejos a sus hijos para saber cómo deben educarlos, lo cual produce una alteración perniciosa en su formación.
Los medios de difusión masiva han extendido sus tentáculos sobre toda la sociedad y juegan un papel muy importante en este proceso. Nos vemos sometidos al bombardeo constante de todo tipo de información, pero el aluvión es de tal magnitud que no podemos procesar los mensajes porque no dejan tiempo para meditar y reflexionar. Personajes frívolos, escandalosos y sin principios morales ocupan el lugar que antaño estaba reservado a los sabios y filósofos. Ubicados en el centro de la escena, se constituyen en modelos virtuales de comportamiento y hacen sentir su influencia desprestigiando valores y modificando conductas.
Estamos presenciando el derrumbe de un edificio que se fue construyendo durante los últimos quinientos años; nos encontramos en una zona de vertiginosos cambios y sorprendentes mutaciones que logró desequilibrar a la familia, desorientar a los padres y hacer colapsar la educación.
Diálogo entre familia y cultura
La familia tiene que entablar un diálogo amplio con la cultura posmoderna, pero no debe renunciar a ejercitar el discernimiento para aceptar lo que la beneficia, y también para rechazar y combatir aquellas cosas que atentan contra su integridad con toda firmeza. Para eso debe entender el mecanismo de los procesos en los cuales se halla inmersa.
La posmodernidad proclama el fin de las ideologías y el relativismo moral. La globalización y el triunfo del capitalismo han facilitado el surgimiento de una sociedad mercantilista que promueve el materialismo como base de la felicidad, ha convertido a los hombres en meros productores y consumidores, y se ha desentendido de sus necesidades afectivas y espirituales.
Si nos remontamos al pasado veremos que en el comienzo de la sociedad industrial, durante el siglo XIX, se vieron los efectos destructivos que la entronización del mercado tenía en la sociedad y la familia. La competencia despiadada comenzó a generar un enfermizo individualismo en el cual el sujeto se fue convirtiendo en el centro de su propio universo olvidando sus responsabilidades para con el prójimo y sus necesidades espirituales. Al final del siglo veinte, con el advenimiento de la globalización, el auge de las comunicaciones y la eliminación de las fronteras económicas, el problema se ha potenciado. La despiadada lucha por la supervivencia y el mantenimiento del estatus generó familias con padres y madres ausentes, que fueron absorbidos por el mercado laboral.
En el presente, la familia nuclear –formada por el padre, la madre y los hijos, bajo la autoridad paterna que se da en la mayoría de los pueblos y civilizaciones– está siendo menospreciada. La promoción de diversas patologías como la homosexualidad, el travestismo, la poligamia o la promiscuidad sexual que se presentan como manifestaciones progresistas deben ser entendidas como abiertos ataques a la familia y son indicadores de la decadencia. Como señalara G. K. Chesterton “el triángulo de padre, madre, hijo es indestructible… pero puede destruir a las sociedades que lo menosprecian”. Los testimonios que recibimos del pasado nos muestran que los ataques a la familia y la promoción de las perversiones son los síntomas que caracterizan a las sociedades decadentes.
Así como la célula es la unidad anatómica y fisiológica de la vida, la familia lo es de la sociedad. Atacar a la familia es atentar contra la sociedad, porque el ser humano tiene un período de gestación intrauterina que dura nueve meses, pero un período mucho más amplio de gestación extrauterina donde se forma la personalidad, y es la familia quien tiene que actuar como útero de contención.
Las bases de la familia
La familia no es una creación humana. Se origina en Dios, quien como Creador estableció las bases sobre las cuales debía desarrollarse. Cuando colocó a la primera pareja humana en la tierra, estableció los principios que debían regir la relación. En primer lugar, les señala el rol fundamental que tienen en la creación diciéndoles: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Gn 1.28). Luego les señala cuál debe ser la relación entre ellos: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Gn 2.24)
Queda establecido así el matrimonio monogámico, heterosexual, permanente y con roles diferenciados. Si bien el hecho biológico de que sean macho y hembra garantiza la continuidad de la especie, las otras condiciones mencionadas son esenciales para gestar personas sanas que puedan desarrollar todo su potencial para beneficio de la sociedad.
La historia bíblica inmediatamente posterior demuestra que muchas veces este modelo sufrió los embates de culturas decadentes. La civilización cainita, destruida en el diluvio practicaba la poligamia; hay testimonio de la decadencia de Sodoma y Gomorra donde la violencia sexual y la homosexualidad eran moneda corriente y fueron el motivo de su destrucción y otro tanto sucedió con Babilonia que perece en medio de una orgía. Ninguna sociedad pudo transgredir los principios de la familia sin sufrir las consecuencias.
Actualmente se están abandonando los principios divinos para dejar que el relativismo se enseñoree de todas las cosas. Pero no se ha podido evitar que los efectos se reflejen en la nueva generación. El crecimiento de la violencia juvenil, la drogadicción, la promiscuidad sexual, los embarazos adolescentes, la homosexualidad, el travestismo, las enfermedades infecto contagiosas de transmisión sexual y los crecientes índices de suicidios son las consecuencias de una sociedad que ha dado la espalda a los valores permanentes establecidos por Dios, niega la vigencia de los absolutos y se lanza por el tobogán de la permisividad total.
Es necesario salir de la confusión y ofrecer resistencia a la presente decadencia que viene astutamente disfrazada de “progresismo” y lleva en su seno la semilla de la destrucción. No tenemos que confundir la verdadera libertad que eleva al hombre, permitiendo que se realice, profundizando sus valores, con el libertinaje, que rebaja y envilece la condición humana. La sociedad occidental tiene síntomas inequívocos de declinación y el proceso solo puede revertirse si volvemos a establecer firmemente los valores eternos y volvemos a cimentar nuestra vida en los principios divinos.
En la posmodernidad se pretenden borrar las diferencias predicando que no hay diferencia entre el bien y el mal, que el alumno vale tanto como su profesor, que no hay diferencias de valor y de mérito. En la educación quisieron abolir las calificaciones para no establecer diferencias y en la familia pretenden desprestigiar la autoridad paterna. Zaidi Laidi, sociólogo árabe radicado en Francia, dice: A medida que se democratiza la familia, disminuye y se debilita la democracia en la sociedad. La familia no está pensada para ser democrática. Tiene que funcionar como un ámbito de autoridad. Es el padre quien tiene que formar en sus hijos la idea de orden y respeto que luego se refleja en toda la sociedad
Conclusión
Hay una ley espiritual enunciada por el Apóstol Pablo que, usando la metáfora de la naturaleza, dice: Todo lo que el hombre siembra, eso siega. Estos son tiempos de mala siembra, donde los intereses priman sobre los sentimientos y la familia está deviniendo en jauría. Las relaciones familiares se van diluyendo.
Zigmund Bauman, sociólogo polaco, señala que en este tiempo todo pierde solidez y vamos hacia una sociedad líquida, permeable a todas las ideas y dispuesta a tomar la forma de cualquier recipiente. Las relaciones no tienen profundidad y los vínculos son tan frágiles que se deshacen rápidamente.
Esta situación afecta principalmente a la familia donde los roles se van desdibujando y diluyendo. La madre ha perdido su rol y se mimetiza con sus hijas creyendo que es una adolescente más. El rol paterno ha sido vaciado de autoridad, y el padre aparece como un simple proveedor de dinero y bienes materiales. Esto deja a la nueva generación sin modelos ni parámetros sobre los cuales crecer y madurar. Por eso, ante estos sordos ataques a la familia hay que estar alerta para no ser llevados por las corrientes destructivas.
Es inútil tratar de crear una familia como los Ingalls en la realidad, porque presentan un ideal de ficción, pero no por eso tenemos que resignarnos a vernos reflejados en los Simpson. Es necesario que consideremos seriamente el rumbo que está tomando la familia, porque los brotes de violencia juvenil, la proliferación de la droga, el nuevo fenómeno de alcoholismo adolescente y hasta pediátrico, la creciente promiscuidad sexual que deriva en prematuras maternidades adolescentes tienen que hacernos reflexionar.
En la nutrida galería de personajes que rodean a los Simpson se destacan Ned Flanders, un hombre religioso pero desubicado, en el que se reflejan las características de ciertos cristianos que creen que la fe es una alienación de la realidad. No es este el camino señalado para contrarrestar los efectos de una sociedad agresiva con el núcleo familiar. Se hace indispensable buscar en las bases de la fe los parámetros que Dios estableció en el principio para la familia, darles la importancia que merecen y comenzar un trabajo de retorno a los valores y los principios sobre los que pueden todavía hoy desarrollarse familias saludables.
Pr. Salvador Dellutri
Este artículo fue publicado originalmente en la revista de Radio Trans Mundial Uruguay, Año II Número 2, 2008 ©




1 Comment
Este artículo es muy revelador,e hilvana en forma profunda una descripción de lo que esta pasando en nuestra Sociedad y combina con suma destreza y pinceladas de lo que la sociología dice acerca de este tema y desde luego no refutando sino convalidando lo que la Palabra de Dios lo dijo hace mucho tiempo atrás.Gracias Pastor Dellutri porque esto me anima a seguir hablando de estos temas en la radio en Lima Perú y en las conferencias que gracias a Dios tenemos en las diferentes corporaciones municipales en Lima.Mi saludo cordial y Bendiciones