Clonación, un juego peligroso

Por: Salvador Dellutri

Los avances científicos y técnicos nos obligan a dar extraños saltos entre la ficción y la realidad. Hace algunos años la clonación y los trabajos genéticos eran temas de la literatura fantástica o de ciencia ficción. Ira Levin en “Los niños del Brasil” y Aldous Huxley en “Un mundo feliz” proponían a sus lectores una reflexión sobre las posibilidades y alcances de la clonación, pero siempre dentro de la fantasía

En 1952 clonaron en Washington huevos recién fecundados de ranas y obtuvieron renacuajos idénticos. El mismo resultado se obtuvo con células de raíz de zanahoria y comenzó la comercialización. A partir de un ejemplar sobresaliente de la especie se reproducían plantas y flores idénticas. Pero la nueva técnica se intentaría aplicar con vertebrados adultos y mamíferos.

La clonación es una forma alternativa de reproducción. El caso de la oveja Dolly, que instaló el tema en los medios de difusión, demostró que es una técnica aplicable a seres humanos. Esto abre grandes interrogantes éticos: ¿Crearemos hombre y mujeres idénticos en el laboratorio? ¿Vamos a elegir a los mejores ejemplares de la especie para reproducirlos? ¿Clonaremos de acuerdo a nuestras necesidades? ¿Qué problemas surgirán en el futuro?

Tenemos que reconocer que los adelantos científicos y técnicos son tan rápidos e importantes que superan toda previsión ética. Como alguien afirmó: “La ética viaja en carreta y la técnica en avión”. El Parlamento Europeo, consciente del problema, reaccionó en forma inmediata y, por primera vez en la historia, veinte países han acordado firmar un compromiso que pone un límite ético a la investigación y aplicación científica. Establecieron como principio que el conocimiento genético solo puede utilizarse para “curar y no para crear”.

Estamos tomando conciencia de que necesitamos límites éticos y es muy peligroso jugar a ser dioses. Reconforta esta sugerencia del Parlamento Europeo porque hemos vivido una permanente desacralización de nuestra cultura, rechazando todo límite, y hoy manejamos un poder que nos desbordará si no lo encausamos a través de claros principios éticos.

Ninguna sociedad pudo sobrevivir sin poner límites. Las que lo intentaron terminaron por sucumbir. El cristianismo, que está en la base de la civilización occidental, enseña la sacralidad de la vida humana, porque el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios. Este origen le da una dignidad que debe ser respetada.

En nuestro siglo hemos dado prioridad a la libertad individual por encima de la dignidad humana abriendo así un camino hacia el colapso. Porque la libertad es importante, pero tiene que estar unida a la dignidad. Somos libres para ser mejores, para cumplir con nuestro deber, para realizarnos en el destino superior de quienes pueden dominar sus instintos. La libertad debe ser un camino que lleve a la dignificación del ser humano. Entendida de otra forma conduce irremediablemente a la autodestrucción.

El hombre es mucho más que un ser biológico, es un ser psicológico y espiritual. Necesita una herencia biológica, pero también un núcleo afectivo que lo geste, cobije y le permita desarrollarse emocional y espiritualmente. Para eso está la familia, núcleo primario de toda sociedad, en el cual se desarrolla y alcanza madurez la persona.

Hoy podemos reproducir seres humanos en un laboratorio. Pero el interrogante que se abre es si debemos hacerlo. ¿Cuáles serán las consecuencias psicológicas de este experimento? El Dr. Raúl Matera decía a la revista “Noticias” en l992: “Estos son tiempos apasionantes y a los profesionales nos cuesta adaptarnos a la profundidad del cambio. Corremos el riesgo de abandonar las enseñanzas de los viejos maestros, que fueron observadores del hombre, a manos de la nueva tecnología. Los médicos se sentaban a la cabecera del enfermo y lo auscultaban en cuerpo y espíritu. Hoy en día la ciencia nos da conocimientos para dilucidar algunos enigmas, pero no nos brinda normas éticas ni nos enseña a manejar el intelecto.”

Sin un sólido marco ético de referencia, seguiremos el tentador camino de jugar a ser dioses. Pero el ser humano no es Dios y es muy peligroso que intente serlo.

En Praga, a comienzos del siglo XVI, se gestó la leyenda del “Golem”. Se cuenta que en el gueto judío los estudiosos de la cábala consiguieron, por medios mágicos, insuflar vida a un coloso de arcilla que se transformó en el defensor de la comunidad. Cada fin de semana debían borrar una palabra escrita en su frente, que lo devolvía a su estado original, para que respetara el descanso. Luego volvía a escribirla para devolverle la vida. Pero un sábado olvidaron borrarla y el Golem, fuera de control, arremetió contra sus protegidos produciendo estragos. El cabalista logró llegar a tiempo y borró la palabra, esta vez para siempre. Luego explicó: “No olvidéis esto que ha sucedido. Es una lección. Hasta el Golem más perfecto, creado para protegernos, puede convertirse en una fuerza destructiva. Por lo tanto debemos manejar con mucha prudencia aquello que es fuerte, así como nos inclinamos con bondad y paciencia hacia lo que es débil. Todo tiene su tiempo y su lugar.”

Una lección que merece ser recordada.

Salvador Dellutri

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