Diálogo, Camino hacia el bien común

Para aproximarnos al aspecto que quiero resaltar del diálogo voy a remontarme a una obra cumbre de la dramaturgia mundial: Casa de Muñecas de Enrique Ibsen. El genial autor noruego presenta la tragedia del matrimonio entre Nora y Torvaldo que llevan ocho años de feliz convivencia. Una convivencia llena de palabras, expresiones cariñosas y aparente calma.

Por: Pr. Salvador Dellutri*

Nora cumple el papel superficial que le impone la sociedad, aunque su carácter es otro y Torvaldo nunca llega a comprender lo que se oculta debajo de la epidérmica frivolidad de su esposa. Siempre hablan, pero nunca dialogan.

El tiempo transcurre, el diálogo sigue ausente y la relación se va deteriorando hasta que la crisis estalla con toda violencia. Finalmente, en un momento y casi magicamente, a Torvaldo le parece que todo vuelve a la normalidad y está bajo control.

Entonces ella dice su famosa frase, aquella a la que muchos atribuyen haber cambiado el rumbo del teatro, una frase revolucionaria para la época. Nora dice simplemente: “Siéntate Torvaldo, tenemos que hablar” y añade a continuación, tal vez queriendo aclarar el sentido de la conversación que está inaugurando: “tenemos mucho que decirnos. No me interrumpas, escucha lo que te digo…”

Nora ha tomado la llave que abre la puerta del diálogo, se ha puesto a la misma altura que su esposo, se enfrenta a él como lo que verdaderamente es: Una persona, y pide ser considerada y escuchada como tal. Claro que ya era demasiado tarde.

Nadie como Ibsen, en una historia tan simple y a la vez tan compleja, mostró la importancia de que el diálogo fuera mucho más que palabras, para convertirse en el contacto entre dos almas que se revelan a si mismas y buscan la consideración de ser oídas y el esfuerzo de ser comprendidas.

Dios ha dado al hombre la capacidad de pensar y pensarse. Pero le otorgó un don mayor, el don de la palabra para que pudiera comunicar sus ideas, sus sentimientos, sus sueños y sus esperanzas al prójimo. Este don responde a la naturaleza misma de Dios que siempre busca comunicarse con su criatura, cuyo mayor anhelo es entrar en un diálogo fecundo con el hombre.

Ya en el primer libro de la Biblia Abraham, el padre reconocido de las tres religiones monoteístas del presente, tiene con Dios un largo y fecundo diálogo. La excusa de ese diálogo conmovedor es la suerte de Sodoma y Gomorra, pero ese intercambio lleno de sutilezas es mucho más que eso: Es un hombre, en su pequeñez y limitación, indagando en el corazón mismo de Dios con sus preguntas y es Dios revelándose en su justicia y misericordia a su criatura.

Dios se muestra como el Ser que está presente y no permanece silencioso. Y porque Dios nos hizo a su imagen y semejanza es que podemos afirmar que existir es comunicarse.
Al nacer iniciamos el primero de los diálogos, no hecho de palabras, pero lleno de significados, con nuestra madre. Luego vamos sumando relaciones y con ellas la comunicación se diversifica y se enriquece.

Vamos descubriendo inconscientemente que tenemos dos formas de relacionarnos: Con las cosas, tomando dominio sobre ellas; y con el otro, con el prójimo. Pero recién tomamos conciencia de que el prójimo es tal cuando dejamos de verlo como una cosa más – dominable y manejable – y nos damos cuenta que hay una profunda diferencia entre el objeto y el sujeto.

Solo cuando considero que el otro es prójimo, es sujeto, es semejante, es igual a mí, puede establecerse el diálogo. Porque entonces estaré dispuesto no solo a hablar, sino a escuchar y, lo que es más importantes, a hacer el esfuerzo de comprender.

En el diálogo alcanzamos la plenitud de nuestra dimensión humana, porque como dice Martin Buber “Yo soy mi relación”. Y cuando tiendo ese puente de profunda comunicación obligo a quien tengo enfrente a considerarme a mi también como un sujeto.

Cuando el once de septiembre de 2001 fuimos conmovidos por laviolencia, ingresamos a un mundo de terror y fundamentalismos enfrentados. Pero no inauguraban nada, era la consecuencia de años de una dura siembra – de la que no estamos exentos de culpa los occidentales – donde se habló mucho, pero nunca se hizo el esfuerzo de escuchar y comprender. Tal vez porque el fundamentalismo es eso: Un fanatismo ciego para ver al prójimo y sordo para escuchar sus razones. Las consecuencias están a la vista.

Los contendientes tendrían que reflexionar sobre una observación de Lacordaire que toca tangencialmente el tema del diálogo: “No trato de convencer a mi adversario, sino de unirme con él en una verdad más alta.”

Somos conscientes de que la globalización ha transformado el perfil de nuestra sociedad. Estamos en un mundo cada vez más interdependiente, transcultural y multirreligioso. Están desapareciendo los países con religiones monolíticas; en todos se desarrollan importantes minorías religiosas.

Es inevitable entonces que resurjan y se abran viejas heridas que los fanatismos y la violencia sembraron en la historia. Para encontrar el equilibrio y  aliviar tensiones necesitamos aprender a dialogar, porque solo el diálogo puede hacer posible la comprensión entre culturas y religiones.

Entendamos bien: Dialogar no es claudicar en nuestras convicciones y renunciar a nuestros principios. Es abrir canales para comprender y ser comprendidos, para enriquecernos y enriquecer.

Es abrirnos, sin hipocresías, para que el otro sepa lo que pienso y siento, pero también conozca mi voluntad de comprensión a sus razones.

Junto al pozo de Jacob –nos relata el evangelio- se desarrolló un ejemplar dialogo interracial e interreligioso. Judíos y Samaritanos se miraban con recelo, habían alimentado como tantos pueblos odios ancestrales. Conviven unicamente porque sojuzgados por el Imperio Romano no les queda otra salida.

Jesucristo pasa por Samaria, desecha el camino que puede evitar el desencuentro y se sienta en el lugar más propicio para relacionarse: El único pozo de agua de la zona.

Tal vez para no ser estorbado por los prejuicios de sus discípulos  los manda a comprar de comer. Y allí aguarda.

Viene una mujer samaritana, de vida inmoral, de ideas religiosas diferentes, belicosa y provocativa. Pero Jesús abre el diálogo. Un diálogo que escandaliza a los discípulos cuando regresan, porque no conciben que un hombre esté hablando públicamente con una mujer desconocida, ni que un judío dirija la palabra a un samaritana.

Pero Jesús, que siempre es más progresista que nosotros, supo pasar por encima de todos los prejuicios, escrúpulos, recelos, desconfianzas y suspicacia para establecer un diálogo respetuoso, pero franco, sincero y enriquecedor.

Hoy más que nunca en el orden mundial, es necesario que políticos, empresarios, científicos, artistas y religiosos nos convoquemos al diálogo. Eso nos permitirá informarnos, interpelarnos y cambiar actitudes. También nos permitirá afianzarnos en nuestras convicciones sin caer en estériles fanatismos ni descalificaciones.

El individualismo fue una de las tragedias del mundo moderno. Como en “El Principito” de Antoine de Saint-Exupery cada uno vive en su planeta, y cada planeta es un mundo particular donde reina la soledad. Pero a cada planeta, a pesar de su aislamiento, lo acecha un peligro: Los gigantescos baobabs que crecen indiscriminadamente y pueden hacerlos estallar.

Antes que los baobabs de los fanatismos, los odios y los fundamentalismos hagan estallar nuestros planetas, usemos la descompresión del diálogo, para que se haga realidad los versos de un tango casi olvidado:

Que el amor se tienda como un puente
Para que toda la gente
Tenga un poco más de fe.

 

* El Pr. Salvador Dellutri es coproductor del Programa Tierra Firme y Los Grandes Temas, producciones de RTM. Además, el representa a Radio Transmundial en Argentina. Es pastor en la Iglesia de la Esperanza, una pujante congregación en la ciudad de San Miguel, Provincia de Buenos Aires. Es también autor de varios libros entre los que se destacan: Las Estaciones de la Alegría, El Desafío Posmoderno, La Aventura del Pensamiento, El mundo al que predicamos, Ética y Política, La Fe y el Sentido de la Vida, entre otros. Está casado con Celia y tiene dos hijos: Ariel y Ezequiel, más un nieto: Felipe.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *