Vivir sin límites

Cada fin de semana el primer tramo de la calle Concejal Tribulato (ciudad de San Miguel, Provincia de Buenos Aires) y sus alrededores se convierte en zona de riesgo. En la última década creció el número de adolescentes y jóvenes que concurren a los centros de diversión nocturna del lugar.

Cada fin de semana el primer tramo de la calle Concejal Tribulato (ciudad de San Miguel, Provincia de Buenos Aires) y sus alrededores se convierte en zona de riesgo. En la última década creció el número de adolescentes y jóvenes que concurren a los centros de diversión nocturna del lugar.

     Proceden de todo el conurbano y la Capital Federal bonaerense y llegan, en muchos casos, en vehículos fletados al efecto que cada fin de semana cumplen con el rito de transportarlos hasta allí y proveerles de bebidas alcohólicas para que consuman durante el viaje. Se calcula que cada fin de semana más de 70.000 jóvenes circulan por las discotecas de la zona y hasta la hija del matrimonio Kirchner suele frecuentarlas.

    Hace algunos meses, cuando comenzaba a amanecer y los muchachos iniciaban la retirada, transitamos la zona para formarnos una opinión de primera mano sobre el ambiente. El espectáculo era dantesco y a la vez deprimente. Jóvenes totalmente descontrolados que atacaban a otros azotándolos con sus cinturones, botellas de vidrio que volaban peligrosamente por el aire, adolescentes vomitando o en estado de semiinconsciencia por efectos del alcohol y la droga. Algunos, rendidos por el cansancio y los estupefacientes, se tiraban a dormir en medio de la calzada poniendo en peligro sus vidas y otros necesitaban de la ayuda de amigos más despejados que los llevaran a sus casa. Finalmente hace pocos días amanecimos con la noticia de que el saldo era un joven asesinado. Esperamos que este hecho lamentable produzca alguna reacción en los padres que, hasta ahora, han preferido ignorar lo que es evidente y minimizar la conducta y los riesgos a los que están expuestos sus hijos cada fin de semana.

    El hombre, al igual que los animales, tiene concepto de límite y marca su territorio. Lo hace para evitar ser invadido, pero también para mantener su privacidad. La Gran Muralla china tenía ese doble propósito: defender al pueblo del avance de las tribus nómades y proteger el secreto de la fabricación de la seda. Atravesar los límites fue siempre un asunto peligroso y quien se atrevía a hacerlo era consciente de que debía afrontar los riesgos de su decisión.

    Los antiguos romanos pusieron como límite el Rubicón, río que separaba las provincias romanas de la Galia Cisalpina. De acuerdo a las leyes ningún general podía cruzarlo con su ejército en armas; de esta manera la ciudad imperial se protegía de las amenazas militares internas. Cuando Julio Cesar en su avance hacia Roma se enfrentó al Rubicón se sintió atormentado por la duda. Cruzarlo con el ejército en armas significaba entrar en la ilegalidad, convertirse para las leyes romanas en un criminal y desatar la guerra civil. Su decisión de cruzarlo dejó para la historia una frase que recogió Suetonio: “La suerte está echada”.

    Con el avance de la globalización entró en crisis la noción de límites. La eclosión de las comunicaciones rompió las fronteras y dejó abierta una pregunta para el debate: ¿dónde están los límites? Pero el tema trascendió la discusión filosófica o el debate político y se popularizó a través de los medios.

     Una de sus manifestaciones fue “El Gran Hermano”. Tomó el título de la obra “1984” de George Orwell en la que un gobernante totalitario globaliza el mundo y se entromete sin pedir permiso en la intimidad de los ciudadanos para vigilar su conducta. En el caso del programa televisivo fue distinto, los convocados otorgaron el permiso de ser invadidos. Rompieron el límite de su intimidad y ventilaron voluntariamente todas sus miserias delante de millones de personas. A esto se sumaron los programas denominados “de chimentos” donde el comadreo barrial sobre la intimidad de los vecinos se trasladó a los medios de difusión que compiten por ver quién puede llegar más lejos en la procacidad.

     Pero el asunto toma ribetes siniestros cuando la noticia informa que en Dinamarca los pedófilos también quieren romper los límites y piden que se modifiquen las leyes a efectos de que tenga validez el consentimiento dado por un niño de doce años para tener relaciones sexuales.

    Todo esto repercute en los jóvenes que son la caja de resonancia de la sociedad. Para ellos divertirse llegó a significar descontrolarse y romper todos los límites. Varios programas televisivos mostraron con lujo de detalles el descontrol de la calle Tribulato: jovencitas, que declaran no ser lesbianas, pero se besan en la boca delante de la cámara para mostrar que no tienen límites, jóvenes que exhiben seis o siete baldes vacíos de bebidas alcohólicas que consumieron durante la noche y otros que con todo desparpajo comentan cómo funciona la venta de drogas en el interior de los boliches.

    Esos mismos jóvenes son los que durante el día rompen los límites del respeto dentro de los colegios y vejan a profesores mientras los filman para subir las grabaciones a la web, o rompen los límites disciplinarios grabando sangrientas peleas dentro de los establecimientos educativos. Lo último ha sido una parejita adolescente que durante la celebración campestre de un cumpleaños mantuvo relaciones sexuales delante de sus amigos y las difundieron por la web.

    Tribulato es solo un espejo de una sociedad que enloqueció, que se rindió a las propuestas del mercado a costa de su propia dignidad, que cayó en la estupidez de creer que transgredir es una virtud. Una sociedad histérica que finalmente instaló la muerte. ¿Hasta dónde pensamos llegar?

    Salvador Dellutri

* Pubilcado originalmente en “Aquí la Noticia”

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