Problema moral de las grandes urbes

Por: Salvador Dellutri

 “Desde la ciudad gimen los moribundos,

Y claman las almas de los heridos de muerte”

Job 24,12

“Levántate y vé a Nínive, aquella gran ciudad,

y proclama en ella el mensaje que yo te diré”

Jonás 3,2

ciudadLa importancia de las grandes ciudades en la actualidad es un tema fuera de toda discusión. En ellas se concentra la mayor cantidad de población, son asiento de los más altos niveles de decisión y ejerce influencia sobre la sociedad en su conjunto.

El crecimiento aluvional de las ciudades modernas, mucho más acelerado en el tercer mundo, genera interrogantes que los cristianos no podemos postergar.

I. ¿Qué entendemos por “ciudad”?

El concepto de “ciudad” ha variado en el tiempo. Antiguamente la ciudad era un recinto amurallado y todo lo que contenía era “la ciudad”. Desde su origen hasta el siglo XVI todas las ciudades eran amuralladas. Las únicas excepciones fueron las que tenían defensas naturales, como las de situación insular como Creta o las rodeadas por el desierto como las ciudades egipcias. También durante la Pax Romana se edificaron ciudades sin murallas, protegidas por el severo régimen militarista imperial. Las murallas defendían de la agresión exterior, hasta que el perfeccionamiento tecnológico las hizo inoperantes y el concepto de ciudad tuvo que variar.

La ciudad no está compuesta solo de elementos físicos (casas, edificios, calles, plazas, etc.) sino de un espíritu especial. Aristóteles dice: “La ciudad es un cierto número de ciudadanos” y Rousseau reflexiona: “Las casas hacen un caserío, pero los ciudadanos hacen una ciudad” Ambos enfatizan al hombre y a una determinada actitud humana como fundamental. Spengler  clarifica el concepto al decir: “Lo que distingue a una ciudad de una aldea no es su extensión, es el alma ciudadana. La ciudad es el lugar donde se mira el campo como un derredor”. Establece una diferenciación fundamental: Campo – Ciudad.

Los expertos en estadísticas suelen poner un número determinado de habitantes para dar a una comunidad el estatus de “ciudad”, pero esto es engañoso.

La ciudad es más que un grupo numeroso de personas y edificios, es un complejo de funciones interrelacionadas, ligada a las formas espaciales, pero determinada por la estructura social.

La aldea es un asentamiento rodeado de parcelas y campos. Una unidad autosuficiente de intercambio que asocia a hombres, animales y tierra en un perfecto equilibrio ecológico. Hay animales que comen los deshechos (perros, cerdos, etc.) otros que limpian el medio (gatos y serpientes liberan de roedo-res), la aldea produce el abono que fertiliza el campo, etc. Pero en la aldea el campo está integrado como parte fundamental del complejo social. No es solo el entorno proveedor. En la ciudad el campo es a la vez ajeno y proveedor.

Durante la revolución industrial del siglo pasado fue donde tomaron las ciudades su característica actual. La industrialización produjo una huida del hombre de campo hacia la ciudad, proceso que continúa hasta el presente.

La ciudad es, ante todo y sobre todo, un producto social. El hombre desde que nace hasta que muere es un ser social, y se adapta al medio con una respuesta colectiva: La comunidad. Desde los pueblos primitivos que se organizaban en hordas para alcanzar la alimentación, hasta las modernas ciudades, la asociación humana es la forma en que el hombre responde a la hostilidad del medio y busca satisfacer sus necesidades.

La ciudad siempre ha generado un conjunto de hábitos, costumbres, normas, convenciones, modas, ideas, usos del tiempo, pautas de consumo, valores artísticos, etc. y los ha difundido. Esto se hace mucho más notorio en el presente, donde los medios masivos irradian con más fuerza y eficacia la influencia de la ciudad en todas direcciones.

Concebimos por lo tanto a la ciudad moderna como un conjunto heterogéneo de gente y de funciones interrelacionadas en acción, que aseguran la supervivencia de una comunidad en un territorio determinado. La trama social de la ciudad es intrincada y densa, conviven diferentes culturas y tribus que necesariamente se relacionan, porque en el ámbito ciudadano todos los lugares son siempre lugares de reunión, lugares donde la gente se encuentra con gente.

II. La ciudad en la Biblia

Caín fue quien edificó la primera ciudad. La sentencia de Dios sobre su vida lo convirtió en “errante y extranjero”, es decir ajeno a todo lugar, sin residencia fija. Así comenzó su vida: “Salió, pues, Caín de delante de Jehová, y habitó en tierra de Nod. al oriente del Edén” pero inmediatamente “… edificó una ciudad, y llamó el nombre de la ciudad del nombre de su hijo, Enoc” Gn 4,17

La actitud de Caín manifiesta su rebelión contra la sentencia divina: Niega su condición de extranjero y vagabundo, y se establece en un lugar al que va a pertenecer.

La ciudad fundada por Caín originará una civilización de gran desarrollo y vasta influencia que degeneró en maldad, llenó la tierra de violencia e inmoralidad y fue destruida en el diluvio.

Nimrod fue el urbanista de la generación que emergió luego del diluvio. Descendiente de Cam, el hijo de la maldición, “Llegó a ser el primer poderoso en la tierra” y fundó, entre otras ciudades, a Babilonia y Nínive. Algunos indicios señalan su carácter conquistador e imperialista. La Biblia lo califica de “poderoso cazador” (vg. “conquistador”)

Con Nimrod la ciudad se convirtió en un centro bélico de poder y dominio. La historia de Babel revela el espíritu de la ciudad, caracterizado por la iniciativa (cambiaron las técnicas de construcción incorporando el ladrillo) pero también el espíritu de rebelión (construyeron una torre pretendiendo alcanzar el cielo). El juicio sobre Babel, con la confusión de lenguas, puso fin a las aspiraciones absolutistas de los ciudadanos de aquella tierra.

Babilonia se convertirá en el paradigma de la ciudad humanista, así aparece simbólicamente en Apocalipsis (Apc. 14,6-12). Isaías la describe como ciudad poderosa, codiciosa (14,4-6), idolátrica (21,9), entregada a la agorería (47,12-13) y voluptuosa (47,8),  en constante rebelión contra Dios. Jeremías señala su acendrada idolatría “porque es tierra de  ídolos, y se entontecen con imágenes” (50,38) y su vocación opresora e imperialista que la convirtió en “el martillo de toda la tierra” (50,23). En el libro de Daniel aparece en todo su esplendor y en su estrepitosa caída. El espíritu que anima la ciudad pagana está sintetizado en la frase de Nabucodonosor: “¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real, con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad? (4,30)”, síntesis del orgullo con que los hombres miran las ciudades como la coronación de su propia gloria.

Como contrapartida de esa visión Dios manda a construír ciudades refugio, tres a cada lado del Jordán, (Números 35,11) para mostrar su misericordia y justicia. Jerusalem es el arquetipo de ciudad donde la gloria de Dios está en el centro y en Apocalipsis aparece como antagonista de Babilonia (Apc. 21).

El amor de Dios por la ciudad se evidencia permanentemente: El Señor llora sobre la ciudad de Jerusalem al contemplar su rebelión y triste destino (Lucas 13,34). También Jonás describe vividamente el amor de Dios por Nínive, una ciudad pagana amenzada por el juicio divino, pero que alcanza misericordia por su arrepentimiento.

III. La moral de la ciudad

El hombre es un ser depravado por el pecado. El pecado no es un problema marginal o tangencial, como lo quiere ver el humanismo, sino que forma parte de la naturaleza humana (Romanos 3,10- 12; 3,23; 7,14 – Efesios 2,1-10). La depravación es total, afecta a toda la naturaleza humana. Esto no significa que los hombres hagan todo el mal que pueden, porque la depravación está contenida por barreras morales, religiosas, sociales, etc. “Todas las normas de conducta y reglas morales forman un muro imaginario alrededor de la persona. A los pies de esta muralla insalvable… Mas si en algún momento esta barrera se resquebraja, los impulsos que estaban contenidos se liberan a borbotones y, sin control emprenden la búsqueda desesperada y fútil de objetivos inalcanzables que siempre los eluden”[1]

Las metrópolis siempre han sido lugares de resquebrajamiento de las murallas morales. No significa que el hombre de la ciudad es más pecador que el rural, sino que en la ciudad se produce con más facilidad el desborde moral.

El testimonio bíblico e histórico es contundente: Sodoma y Gomorra fueron centros de violencia y perversión, Babilonia se caracterizaba por su idolatría y ligereza moral, Nínive por sus desbordes de violencia, etc. Escritores como Dickens, Balzac o Zolá pintaron la ciudad como centros de miseria y depravación.

Emile Durkheim estudió el estado creciente de anomia que caracteriza a la ciudad, el decaimiento de las normas morales, pautas culturales y patrones de conducta de las grandes urbes. Lo atribuyó a que las necesidades esenciales de los habitantes, como la identidad, la autoestima, la capacidad de supervivencia y de realización no son satisfechas debidamente y llevan al individuo a un estado de frustración que termina por atrofiar sus resistencias y cae en la indiferencia moral, iniciando una búsqueda de satisfacción a través de cualquier camino.

Este estado termina por desorganizar el tejido social. Se rompen los vínculos familiares, surgen conductas aberrantes, crímenes y violencia con o sin sentido, etc., emergentes de la depravación humana contenida. Esta ruptura del tejido social se agrava paulatinamente, el estado de decadencia se generaliza y termina por estallar de diversas maneras.

El Jefe de Salud Mental de la ciudad de Nueva York afirma: “Los hombres y las mujeres piensan, sienten y se comportan de forma diferente en el medio urbano que en las zonas rurales… la  ecología psicosocial de la urbe, con su libertad, sus opciones y su ritmo, intensifica el conocimiento y las vivencias del hombre y la mujer contemporáneos. Al mismo tiempo aviva  acentúa en la persona los conflictos y dilemas sobre su propia identidad, su papel en  la sociedad, su supervivencia, su autorrealización y sobre el significado de su existencia.”[2]

IV. Factores del resquebrajamiento moral de la ciudad contemporánea

a. Anonimato

El anonimato que produce la ciudad brinda a cada individuo una gran autonomía. Puede vivir toda clase de experiencias en forma anónima, alejado de su núcleo íntimo. Además el individuo no está – como en las zonas rurales – obligado a aceptar normas homogéneas, por lo tanto emergen conductas censurables: Homosexualidad, Prostitución, Juego, etc. que en otros ámbitos serían condenadas, pero que en la ciudad encuentran siempre alguna justificación.

El anonimato facilita el crecimiento de los delitos y el crimen organizado se mueve con mayor libertad amparado por la complejidad de la ciudad.

b. Individualismo

En la ciudad el individuo se cruza y codea constantemente con miles de personas. Sin embargo el número de conocidos con quienes establece intimidad es muy reducido. Hay muchas relaciones “cara a cara”, pero una estrategia típica de la ciudad es mantenerse a prudente distancia. El temor a ser invadidos en la intimidad, usados, defraudados o transformarse en víctimas del delito, hace que la relación con proveedores, vecinos, servidores públicos, etc. sea aparentemente cordial, pero mantenida dentro de ciertos límites sin intimar.

Estas múltiples relaciones, apresuradas y cautelosas van desarrollando una suspicacia y astucia que caracteriza al hombre de la ciudad y que lo hace temible para el forastero. Es rápido para catalogar al prójimo y privilegia la racionalidad al sentimiento.

El individualista busca su bienestar aun a costa del prójimo. La meta es triunfar individualmente. Por ejemplo los profesionales – solo el 1% de la población mundial tiene títulos universitarios – que por su situación tienen voz, poder y mayores posibilidades económicas, abandonan las actitudes de servicio para servirse de la necesidad ajena. Cuando ayudan lo hacen como otorgando gracias especiales, mostrando la arrogancia de los que se creen superiorres. Suelen ser sordos a los problemas ajenos. No es la misma la imagen del médico rural que la del urbano.

c. Competencia

La necesidad de vivir y trabajar juntos, pero sin establecer o estableciendo mínimos lazos sentimentales o emocionales, fomenta la interdependencia o incluso el espíritu de equipo, pero también la hostilidad, el enfrentamiento y  competitividad.

Mientras para el hombre de campo es claro que el cooperativismo garantiza su progreso y supervivencia, para el urbano, acostumbrado a la super oferta de servicios, bienes, etc. es difícil romper su barrera individualista que lo hace extremadamente competitivo.

La competitividad ejerce tanta presión que hasta entrega la educación y el ocio, parte del patrimonio familiar, a instituciones educativas y em-porios del entretenimiento, para poder seguir ascendiendo en la escala social.

d. Pragmatismo

Williams James dice que la forma de ser del hombre urbano es sobre todo pragmática y varía de acuerdo al grupo que lo rodea.

La personalidad del ciudadano es camaleónica. Forzado a asumir diferentes roles y a ser reconocido por ellos (En la ciudad la personalidad individual se diluye y la persona es reconocida por su oficio, profesión, etc.) termina por asumir un papel diferente en cada lugar, de acuerdo al rol y la circunstancia. Esto produce el desdibujamiento de la identidad: Cada personas “es” de acuerdo al lugar, el entorno y la circunstancia.

f. Tolerancia

Las ciudades actuales están formadas por grupos heterogéneos, provenientes de diferentes culturas, religiones, etc. Las ciudades deben ser concebidas no como crisoles, sino como mosaicos, donde muchos grupos conviven buscando preservar su identidad o forjándose una identidad propia. Uno de los factores fundamentales para garantizar la supervivencia es la tolerancia, como  forma de autoprotección: Tolerar al prójimo es asegurar la tolerancia del prójimo.

La tolerancia se quiebra cuando alguno de los grupos quiere someter al otro o lo estorba en su desarrollo. Estos conflictos, muchas veces cruentos, enfrentan razas, religiones, grupos sociales, etc.

En el aspecto moral la tendencia es la aceptación de todas las conductas que no afecten directamente los intereses económicos del prójimo, pero esto no debe entenderse como una forma de solidaridad sino como una exacerbación del individualismo.

g. Flujo aluvional

La ciudades modernas crecen con desmesura por el flujo aluvional de individuos que abandonan las zonas rurales para buscar estabilidad económica. Sucumben ante el espejismo de que en ellas el éxito es más fácil y una vez instalados sufren grandes desilusiones, pero el transplante hace que pierdan su sistema de apoyo tradicional. Forzados por las circunstancias socioeconómicas a asimilarse a la gran urbe son atrapados en zonas superpobladas, situadas mayoritariamente en la zona periférica.

La ciudad no está preparada para servir a esa cantidad de personas que constantemente se añade a ellas y las estructuras defiendan a los residentes, lo que produce una sorda lucha entre el que se cree dueño absoluto del ámbito ciudadano y el que procura instalarse.

La lucha por subsistir o integrarse termina por quebrar los principios morales y espirituales. Una amplia franja de la prostitución y el tráfico minorista de droga se establece entre los dos grupos. Los que intentan instalarse descubren una forma de obtener beneficios de los instalados. La prostitución – masculina y femenina – y el trafico minorista de droga se transforma en un rápido camino de ascenso económico, con los riesgos que conlleva.

V. Conclusión

Todos estos factores convergentes hacen que el estado anómico de la ciudad crezca. ¿Qué remedio hay para este mal?

Luis Rojas Marcos, el jefe de Salud Mental de la ciudad de Nueva York, un hombre de formación humanista y cuyos enfoques en muchos casos difieren totalmente de los cristianos, tiene que reconocer que solo hay una salida: “Tanto si nos enfrentamos a la tragedia de los enfermos mentales que habitan en nuestras calles como al conflicto de las drogas, si aceptamos el duelo del sida o el reto que nos plantean la homosexualidad y las minorías étnicas, si luchamos con el amargo dilema del aborto o con la opción de la eutanasia, si intentamos vencer los estereotipos perniciosos de la vejez o las ilusiones malignas de la eterna juventud o la perfecta belleza, para lograr superar con éxito estos grandes desafíos no tenemos más remedio que adoptar una actitud de humildad y utilizar la empatía. Después de todo, estos conflictos y dilemas no se resuelven con pancartas en las calles ni con leyes en los tribunales, sino en el corazón y la mente de los hombres y mujeres”[3]

La empatía es la actitud del Samaritano que en vez de teorizar, criticar o encerrarse en posiciones dogmáticas prefirió acercarse al caído, identificarse con él y tenderle la mano que necesitaba en su situación. Empatía es la actitud de nuestro Señor que tomó forma de hombre, vivió en la limitación de nuestro mundo, sufrió las vicisitudes de la existencia humana, experimentó el dolor, la angustia, el sufrimiento y la muerte para levantarnos.

Bibliografía

Bryan Truman, Necesidades humanas fundamentales

Chuick Shelton, Los que no tienen voz

Esteban Voth, Génesis

Fustel de Coulanges, La ciudad antigua

G. Carney – A.B. Silva, Urbanización

Jacques Elul, La ciudad

Luis Rojas Marcos, La ciudad y sus desafíos

M.V.Gutman, El origen de las ciudades

R.C.Sproul, Las grandes doctrinas de la Biblia


[1] Emile Durkheim, La educación moral

[2]Luis Rojas Marcos, La ciudad y sus desafíos

[3]Luis Rojas Marcos, La ciudad y sus desafíos

2 comentarios sobre “Problema moral de las grandes urbes

  1. La ciudad es donde se desarrolla una sociedad, esta sociedad que cada día ve intereses personales no le intersa los demas es por ello que lo material es lo primero. lo que quiero decir el que más tiene más vale, y para conseguir este es tatus social el hombre es capaz de todo y llegar a formar una sociedad violenta y la cual no conoce los valores morales ni pricipios que algun día un ser humano grandioso nos dejo con sus enseñanzas.

  2. Las ciudades son grandes pero a la vez son pequeñas, todo se llega a saber. Uno de los problemas es la inseguridad y los valores éticos y morales, tenemos que trabajar en núcleo familiar y encontrar al hombre (ser humano) al cual Dios ama y puede cambiar y cambiará la sociedad y la ciudad.
    ¿Habrá alguna explicación sobre «Acuérdate de guarda el día de reposo»

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